Jamás entenderé y me podré
explicar por qué la vida se ensañó con
él. Tal vez, como lo escribí hace algunos años cuando fue el protagonista de
una de mis primeras crónicas, lo usó para demostrarles a las demás personas que
sus vidas no eran tan malas como ellos
creían.
Es la única explicación razonable
cuando se me viene a la cabeza todo lo que tuvo que pasar en sus 26 años de
vida. Humillaciones, indiferencia, insultos, burlas encarnizadas, apodos, señalamientos,
y lo peor, le faltaron las personas en las que él había depositado su
confianza. En estas últimas me incluyo yo.
Me aleje tanto, me olvide de él,
me centre en mis proyectos profesionales, perdí la noción del tiempo, nunca
saque un minuto después de junio de 2011 para llamarlo, para escribirle un
mensaje, para nada. Uso estas líneas para exorcizar culpas, pero también como
un llamado de atención sobre el hecho de que cuando a uno más lo necesitan sus
verdaderos amigos es cuando uno más los abandona.
¿Cómo olvidar todos los ratos que
pasamos en diferentes etapas de la vida? ¿Los consejos que me dio? ¿Los temas
superfluos y complejos que fueron protagonistas en innumerables charlas? Ahora
sé que ya no está, que no pude despedirme de la manera debida, que tan solo
casi dos años después me enteré que había partido. Que cualquier palabra que
diga es inútil, que cualquier acto que haga por enmendarme no será suficiente.
Me duele tanto el corazón, me
duele por su perdida, me duele por ver el tipo de persona en la que me
convertí. Ese tipo de ser humano que siempre cuestioné. El que busca a sus
amigos cuando necesita un favor o cuando se siente solo, de resto no más. Me
dejé envolver por un grupo de personas que ahora veo que no valían la pena.
Nunca olvidaré la amistad que me
brindó. El apoyo ilimitado que siempre recibí. Pese a que era terco y
testarudo, siempre estuvo ahí. Pese a las peleas, siempre existió el perdón y
el olvido. Existió la garantía de no repetición y el aprendizaje de los
errores. Su mano amiga, su mensaje de aliento, sus comentarios para olvidar los
problemas.
Llama la atención el hecho de que
se tenga que presentar una tragedia como la que sucedió para que uno tome
conciencia de las cosas, haga un alto en el camino y vea los hechos tal y como
son. Ya para qué, cualquier acto que realice no lo traerá de vuelta, nunca
escuchará mi solicitud de perdón. Ya para qué si desde mayo de 2012 abandonó
este mundo y hasta hoy me enteré de eso.
¿Qué clase de persona soy? ¿Qué
clase de amigo fui? Si nunca me enteré de su dolor, de lo que vivió por cerca
de un año. De todos los males que lo aquejaban. Tal vez pude hacer algo, pero
ya es muy tarde. Todo es inútil. Nada vale la pena ya. Un infarto acabó con su
vida una noche. Una mañana, en la que me acordé que él existía, pues por años
nunca le hice una llamada, me dio un golpe y me llamó a la realidad.
¿Qué me hizo? Nada. Lo único que
hizo fue brindarme una amistad. No más. Qué cruel fui. Me alejé, me fui. Nunca
volví. El cuerpo, el alma, el corazón y el cerebro no me permiten escribir más.
Me duele todo, estoy devastado aunque intente demostrar lo contrario. Jamás me
perdonaré haberlo abandonado.
Adiós querido amigo. Estés donde estés se que algún día nos veremos nuevamente.